9. Es hora de adaptar la política a la crisis climática y no al revés. 

Hoy no tenemos una institucionalidad robusta para diseñar una política climática y poner a la Argentina en el sendero de la inédita transición a la que se encamina el mundo. El Gabinete Interministerial de Cambio Climático se encuentra debilitado. Esta debilidad es una barrera fatal cuando la política climática debe pasar de lo meramente declarativo a ser el eje rector que define las condiciones para el desarrollo de los diferentes sectores de la economía. Carecemos de esa institucionalidad capaz de resolver las inevitables tensiones que el Estado debe administrar.

Más allá de la responsabilidad coyuntural de un gobierno dado, la sumisión de la política ambiental a las áreas económicas es una regla que ha prevalecido en todos los gobiernos de las últimas décadas.Ahora necesitamos que la política ambiental, ante la creciente crisis climática, establezca el marco de la agenda del desarrollo. Vivimos en un estado creciente de inseguridad ambiental. Una respuesta sólida que aumente esa seguridad, acordada por la dirigencia política, empresarial y social, aumentará las oportunidades de inversiones y empleos.

Un acuerdo de ese tipo será frágil o potente según sus condiciones políticas y éticas. Un buen ejemplo lo señaló recientemente el ex ministro de ambiente del Perú, Manuel Pulgar Vidal, quien planteó en el contexto de la COP26 que América Latina tiene un futuro oscuro, sin financiación, si sus países pretenden acceder a fondos internacionales sin adecuar mecanismos para evitar que su uso no caiga en el terreno de la corrupción.[1]

Nuestro entorno social y económico vivirá durante estas décadas profundos cambios que ya han comenzado a acelerarse. La sociedad global consumirá cada vez más alimentos orgánicos y libres de maltrato animal. El teletrabajo y la teleeducación, la movilidad eléctrica y en base a combustibles de cero emisiones serán las tendencias dominantes, cambiando la configuración del transporte de personas y mercaderías. No es sólo un cambio tecnológico, es también un cambio profundo en el modo en que accedemos a la movilidad.

Las energías limpias habrán aumentado significativamente su inserción en las matrices energéticas de muchos países, acelerándose aún más el ritmo de incorporación actual. En muchas ciudades, millones de viviendas producirán su propia energía y la intercambiarán continuamente con sus vehículos eléctricos, que actuarán como baterías dispersas en movimiento, capaces de integrarse al sistema interconectado de electricidad.

Las entidades financieras dejarán de respaldar actividades vinculadas a los combustibles fósiles. Al mismo tiempo el mal uso de valiosos recursos naturales como el agua será penalizado globalmente. Aún en medio de la actual crisis bélica en su borde oriental, Europa sigue avanzando en esa dirección, consciente de que forma parte de su estrategia hacia una mayor independencia energética.

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[1] Entrevista de la Sección Economía de Deustche Welle a Manuel Pulgar Vidal durante la COP26, noviembre 2021. https://www.youtube.com/watch?v=FTHXRKywYVI